sábado, 15 de octubre de 2011

pensamientos



Para hacer algo, primero hay que saber hacerlo, pero para saber hacerlo, primero hay que aprender a hacerlo, y para aprender a hacerlo (se trate de lo que se trate) sólo cabe practicar, es decir, hacer sin conocimientos sólidos. Así, comprenderéis que escriba como si supiera de qué hablo. ¿Acaso no es toda vida y todo conocimiento sobre ella una hipótesis imposible de verificar?
 
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Todo lo esencial es sencillo, lo complejo es saber qué es esencial.
 
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Nadie elige ser dogmático, del mismo modo que nadie elige ser estúpido. Otra cosa es la ironía, que consiste en hacerse pasar por ambas cosas.
 
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El dogmático que trata de ser irónico cae siempre en el sarcasmo.

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La sabiduría de Sócrates explica su proverbial sociabilidad. Su sociabilidad, en relación a su sabiduría, explica su ironía genial. Pero ésta, en cierto modo, explica su ejecución, con lo cual: O la sabiduría de Sócrates comprendía, entre otras cosas, el decidir sobre la propia muerte, o no es que resultara muy práctica que digamos…

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Al ver desde lejos a unos albañiles construyendo una casa, uno tiene la impresión de que saben lo que hacen. Al hablar con ellos, se empieza a dudar de que lo tengan tan claro. Y al conocer personalmente al capataz le entran ganas a uno de no entrar nunca más en un edificio.

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El pensamiento es, por supuesto, más astuto que el pensador. ¿Cómo logra sobrevivir aquel entre tanta imbecilidad? Muy fácil, haciendo creer a unos pocos que existe a priori y que, por lo tanto, sólo tienen que encontrarlo.

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Para que una palabra tenga sentido tiene que poseer dos características: En primer lugar, una determinada función para con su contexto lógico- gramatical. En segundo lugar, otra función, de naturaleza radicalmente distinta, para con su contexto pragmático- comunicativo. La primera está sujeta a norma. La segunda, crea la norma.

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El orgullo es al espíritu lo que la sangre al cuerpo.

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Lo mejor de mí es lo que hago a pesar de mí. De eso, señores juristas, sí me hago responsable.

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Petición de principio: Describir es prescribir. ¿Pero qué prescripción cabe dar aquí? Pues bien, sólo hay dos posibilidades: O “esto” debe ser así, o no debe ser así. De tal exigencia, en esencia, se remiten los dos polos políticos.
 
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En el fondo, todas las personas tienen solamente una habilidad: Huir. Lo que determina el carácter de los distintos oficios, de las llamadas técnicas, de los diferentes dominios, es el modo en que, en cada caso particular, se escapa de la inmanente negatividad de la existencia.

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Punto de partida del auténtico filosofar: Ante el discurso, no prejuzgar el valor de las palabras. La “fenomenología” no debería ser, a priori, más filosóficamente relevante que una “lombriz”.

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Hablar del talento de un artista hoy en día es, en cierto sentido, como hablar del poder de un prestidigitador en el siglo XVIII.

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No son las ideas las que pasan de moda, sino las formas en que a lo largo del tiempo han sido defendidas.





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