1.
Normalmente, cuanto más se vanagloria uno sobre su destreza con las mujeres, menos capta su valor último, su profundidad natural. Por lo demás, se da el típico caso de hombre obtuso cuyo influjo, por desgracia, no se circunscribe a la cuestión aludida, sino que lo intoxica todo irresponsablemente, echándonos su hálito pestilente sin pudor y banalizando (objetivando) todo lo que toca.
2.
“Entre el dolor y la autocompasión se atisba, frágil, lo sublime” – Desde luego, esta no es una frase sublime.
3.
Esta es la utilidad de la filosofía: desengañar. ¿Y de qué desengaña? Pues de todo, absolutamente... Incluso de sí misma y su valor.
4.
Luchar por algo, o contra algo, es una sola y misma cosa. Toda cualidad no es perceptible sino por contraste, y sin embargo ¿a favor de qué causa está quien precisamente repudia la lucha? ¿Es real la alternativa? ¿No hablamos aquí de nihilismo? ¿Existen, en verdad, la beatitud, la paz espiritual, el estado ascético etc.? – ¿O son sólo signos de negación canonizados?
5.
Lo que hace que debamos recurrir a la fe es la inadmisibilidad de que, en ocasiones, pueda no ser bueno creer en el bien y, conforme a ello, intentar hacerlo.
6
Pobre iluso: Creía que escribir bien era cuestión de caligrafía.
– Creía que vivir bien era cuestión de educación.
7.
Estudiando filosofía, he observado que, como si de aquivos y teucros se trataran, las escuelas o tradiciones a menudo contienden no por la victoria (la imposición de doctrinas), sino por las armas del contrario (los conceptos). También aquí hay motivos para creer que las razones que les impelan a ello son tan pragmáticas como religiosas.
8.
Las decisiones verdaderamente importantes son las que nos definen en relación a ideales de heroísmo o santidad. Sólo escapan de éstas unos pocos: Los locos, los genios, los desesperados… Quienes carecen de ideales.
9.
Sé que me embarga la serenidad: Estoy dispuesto, e incluso se diría que deseo, equivocarme de nuevo.
10.
En la inmensa mayoría de los casos –los afortunados– la vida se reduce a nacer, trabajar, procrear, asegurar la propia supervivencia (y otras cosas por el estilo). En los casos desafortunados, a esto se le añade el ser demasiado conciente de ello.
11.
El orgullo: cuando, desde un punto de vista estético, consigue emocionarnos, lo llamamos nobleza, “la nobleza del hombre”, pero cuando nos fastidia o aburre lo llamamos vanidad.
12.
Y dijo el profesor: “en mi opinión, es inteligente quien no compara”, a lo que yo repuse “¿y quien compara, en cambio, qué es?”.
Lo cual fue una provocación innecesaria.
13.
Es imposible hablar sobre algo con quien sólo usa las palabras para algo.
Normalmente, cuanto más se vanagloria uno sobre su destreza con las mujeres, menos capta su valor último, su profundidad natural. Por lo demás, se da el típico caso de hombre obtuso cuyo influjo, por desgracia, no se circunscribe a la cuestión aludida, sino que lo intoxica todo irresponsablemente, echándonos su hálito pestilente sin pudor y banalizando (objetivando) todo lo que toca.
2.
“Entre el dolor y la autocompasión se atisba, frágil, lo sublime” – Desde luego, esta no es una frase sublime.
3.
Esta es la utilidad de la filosofía: desengañar. ¿Y de qué desengaña? Pues de todo, absolutamente... Incluso de sí misma y su valor.
4.
Luchar por algo, o contra algo, es una sola y misma cosa. Toda cualidad no es perceptible sino por contraste, y sin embargo ¿a favor de qué causa está quien precisamente repudia la lucha? ¿Es real la alternativa? ¿No hablamos aquí de nihilismo? ¿Existen, en verdad, la beatitud, la paz espiritual, el estado ascético etc.? – ¿O son sólo signos de negación canonizados?
5.
Lo que hace que debamos recurrir a la fe es la inadmisibilidad de que, en ocasiones, pueda no ser bueno creer en el bien y, conforme a ello, intentar hacerlo.
6
Pobre iluso: Creía que escribir bien era cuestión de caligrafía.
– Creía que vivir bien era cuestión de educación.
7.
Estudiando filosofía, he observado que, como si de aquivos y teucros se trataran, las escuelas o tradiciones a menudo contienden no por la victoria (la imposición de doctrinas), sino por las armas del contrario (los conceptos). También aquí hay motivos para creer que las razones que les impelan a ello son tan pragmáticas como religiosas.
8.
Las decisiones verdaderamente importantes son las que nos definen en relación a ideales de heroísmo o santidad. Sólo escapan de éstas unos pocos: Los locos, los genios, los desesperados… Quienes carecen de ideales.
9.
Sé que me embarga la serenidad: Estoy dispuesto, e incluso se diría que deseo, equivocarme de nuevo.
10.
En la inmensa mayoría de los casos –los afortunados– la vida se reduce a nacer, trabajar, procrear, asegurar la propia supervivencia (y otras cosas por el estilo). En los casos desafortunados, a esto se le añade el ser demasiado conciente de ello.
11.
El orgullo: cuando, desde un punto de vista estético, consigue emocionarnos, lo llamamos nobleza, “la nobleza del hombre”, pero cuando nos fastidia o aburre lo llamamos vanidad.
12.
Y dijo el profesor: “en mi opinión, es inteligente quien no compara”, a lo que yo repuse “¿y quien compara, en cambio, qué es?”.
Lo cual fue una provocación innecesaria.
13.
Es imposible hablar sobre algo con quien sólo usa las palabras para algo.
14.
Independientemente del asunto que traten y del dominio que demuestren en la materia, quienes hablan lento muestran más inteligencia que quienes hablan rápido: Dejan que sea la comunicación misma la que encuentre al buen receptor, y así se ahorran ellos la engorrosa psicología y pueden concentrase en el discurso.
15.
Símil eléctrico – El saber vive de la memoria y la alegría del olvido. Así pues, una lección sacamos de ello: para ser felices, debemos aprender a sucedernos en fases de idiotez y lucidez, periódicamente, como si fuésemos la corriente alterna que da luz a una bombilla.
16.
Las buenas ideas no pasan de moda. Pasan de moda quienes las defienden mal.
17.
Una reflexión moral – En la acción algunos hombres se figuran que nada es en vano, y así se tranquilizan, apaciguan la duda que podría anquilosarlos. Otros actúan siguiendo el dicho “sólo lo superfluo es necesario”, y se ponen enfermos de pensar en los motivos. Una tercera especie hace del pensamiento acción y así cree liberarse de las trampas anteriores. Pero en todo caso se actúa, y eso es, en último término, lo que importa porque – dicho coloquial y no coloquialmente- es lo que hay.
18.
Toda vez se conocen las reglas básicas de una gramática y se tiene la paciencia de corregir con esmero los textos, escribir bien se reduce a usar las palabras del modo en que alguien desearía, pero no consigue, realizar. Es una cuestión de psicología; ya se trate de poesía, de narrativa o filosofía. El escritor se convierte, con sus malas artes, en el ideal de su lector.
Independientemente del asunto que traten y del dominio que demuestren en la materia, quienes hablan lento muestran más inteligencia que quienes hablan rápido: Dejan que sea la comunicación misma la que encuentre al buen receptor, y así se ahorran ellos la engorrosa psicología y pueden concentrase en el discurso.
15.
Símil eléctrico – El saber vive de la memoria y la alegría del olvido. Así pues, una lección sacamos de ello: para ser felices, debemos aprender a sucedernos en fases de idiotez y lucidez, periódicamente, como si fuésemos la corriente alterna que da luz a una bombilla.
16.
Las buenas ideas no pasan de moda. Pasan de moda quienes las defienden mal.
17.
Una reflexión moral – En la acción algunos hombres se figuran que nada es en vano, y así se tranquilizan, apaciguan la duda que podría anquilosarlos. Otros actúan siguiendo el dicho “sólo lo superfluo es necesario”, y se ponen enfermos de pensar en los motivos. Una tercera especie hace del pensamiento acción y así cree liberarse de las trampas anteriores. Pero en todo caso se actúa, y eso es, en último término, lo que importa porque – dicho coloquial y no coloquialmente- es lo que hay.
18.
Toda vez se conocen las reglas básicas de una gramática y se tiene la paciencia de corregir con esmero los textos, escribir bien se reduce a usar las palabras del modo en que alguien desearía, pero no consigue, realizar. Es una cuestión de psicología; ya se trate de poesía, de narrativa o filosofía. El escritor se convierte, con sus malas artes, en el ideal de su lector.
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