lunes, 15 de agosto de 2011

Esos extraños albañiles


En el edificio donde por aquel entonces trabajaba oí decir que algunos albañiles deambulaban –vete a saber qué haciendo- por los pisos inferiores. Así que cierto día bajé con el fin de averiguar por qué se desentendían de la edificación propiamente dicha y, para mi asombro, descubrí que sencillamente discutían sobre los principios de construcción que allí prevalecían y sobre cuál técnica o qué materiales se habían empleado, así como del porqué del más mínimo detalle de la estructura; cosa que a la sazón me pareció exagerada y casi absurda en tanto que, algunos metros más arriba, todavía se estaba levantando el edificio. Sin embargo, mi asombro alcanzo su cénit al escuchar al más veterano de todos –hombre solemne y de voz engolada- que afirmaba que la entera construcción no dependía sino del trabajo que ellos hacían, puesto que, al conocer mejor las plantas bajas, y teniendo en cuenta el principio según el cual a mayor altura mayor inestabilidad, su tarea consistía en procurar que toda la obra se mantuviera firme y derecha; y que, por lo tanto, se les debía tener por protectores del inmueble.

Debo confesar que el argumento me produjo cierta impresión, aunque después, al regresar a mi puesto, traté de recordar la última vez que los viera en los tejados y no lo conseguí. Al preguntar a mis compañeros, ninguno supo decirme si hacía dos, cinco o diez años de la última vez que fueron vistos a esa altura; y quizá por ello recordé que todo cuanto les había oído decir aquel día era, en verdad, muy anacrónico, por lo que se infería que, aun siendo unos perfectos eruditos, no conocían gran cosa de las técnicas y herramientas modernas. Entonces me reí para mis adentros y pensé: “demonios, la pasión que ponen estos hombres en su trabajo (si es que puede considerarse un trabajo) les hace olvidar lo elemental, esto es, que se encuentran en un edificio en construcción y que, por lo tanto, de lo que se trata es de acabarlo”. Pero no sé por qué me sentí muy mal juzgándolos de este modo y, por ello mismo, retomé el trabajo presuroso.  

jueves, 4 de agosto de 2011

Atlas

¡Oh, Dios, por qué hemos venido a parar
aquí, entre dos universos de sentido!
¿Acaso es, en efecto, haber nacido
el mayor pecado; o el pecado
es perseverar - tal como Atlas
hizo, el inmortal - en el castigo?